Esto es algo que
de forma casi instintiva, todos los padres saben, sin embargo, puede
ser difícil llevarlo a cabo.
Cada vez se
presentan más casos en los que los padres son acosados por las
exigencias de sus hijos, han perdido todo el control sobre la
situación y no saben cómo abordar el problema. En muchas ocasiones
la resolución de este tipo de problema con los hijos (prácticamente
en todos) suele ser complicada y frecuentemente se necesita la ayuda
de profesionales.
Lo que hay que
recordar es que casi siempre esta actitud del menor se debe a una
mala educación por parte de su entorno familiar,
permitiéndole, desde la más temprana edad, conseguir todos sus
caprichos. Por ello es muy importante establecer limitaciones entre
lo que pueden o no pueden hacer nuestros hijos, antes de que pueda
suponer un problema serio.
La educación debe
comenzar desde que tienen uso de razón, desde bebés (por supuesto,
que puedan hablar y entendernos, sino es imposible, claro está)
porque, cómo cualquier otro hábito, es más difícil modificar la
conducta cuanto más tiempo pasa. Por supuesto, no utilizaremos la
misma inflexión, expresión corporal ni severidad cuando es más
pequeño. Con suerte, si se usa bien, nunca debemos aumentar el grado
de la imposición de límites puesto que el niño se acostumbrará a
su existencia y no se planteará rebatirlos.
Es normal que a la
hora de establecer los límites te surjan dudas sobre si realmente
era necesario, si hemos actuado bien, si hemos tomado la mejor
decisión... Forma parte de la lucha interior que mantienen los
padres entre la parte racional de nuestro cerebro que nos dice que
esa decisión que hemos tomado es lo mejor para él y la parte
emocional que quiere verle feliz ahora. Si lo pensamos desde otro
punto de vista, es la encrucijada entre obtener una recompensa a
largo plazo (nuestro hijo será equilibrado y feliz) o
conseguirla de forma inmediata (nuestro hijo se sale con la suya y en
ese momento es feliz pero a la larga puede tener graves consecuencias
tanto para él como para la familia).
En el caso de la
educación de los padres a los hijos, siempre debemos pensar a largo
plazo, puesto que la verdadera educación se realiza con constancia
no con cortos consejos o lecciones que se acaban olvidando.
Establecer
limitaciones a nuestros bebés por supuesto no quiere decir que nos
enfademos, ni mucho menos que les gritemos (de hecho esto podría
provocar un rechazo precisamente de lo que queremos enseñarle)
tenemos que explicarles qué deben hacer por su bien, por qué
se pueden hacer daño, por qué no está bien visto en la sociedad...
el motivo correspondiente, pero siempre hay que facilitarle una
causa. Esto les ayuda a comprender el mensaje que les queremos dar
puesto que a medida que crecen, por naturaleza, son cada vez más
curiosos, y si les establecemos límites injustificados pierden valor
e importancia en la mente del niño. En algunas ocasiones la
explicación es demasiado compleja como para que puedan entenderlo
(por mucho que te esfuerces en simplificarlo); da igual, dásela,
aunque no la entienda, observará que hay un motivo y muchas
veces simplemente con eso les valdrá para retenerlo y asimilarlo en
su conducta, ya lo entenderá cuando crezca un poco.
Las consecuencias
de la ausencia de límites para los niños, además de las antes
mencionadas, pueden ser: falta de control (puesto que han comprobado
que no es necesario para conseguir lo que quieren), impulsividad
desmedida e impaciencia(no saben mirar a largo plazo), intolerancia a
la frustración (siempre consiguen lo que quieren), no cumplen las
normas y sienten que deben tener privilegios (porque sabe que los
demás tienen límites pero él no), suelen ser manipuladores
haciendo que los demás se sientan mal para conseguir lo que quieren
siendo impertinentes (es lo primero que aprenden cuando no hay
límites), no se esfuerzan, son poco colaborativos... Todo esto junto
puede hacer, además, que sean agresivos.
Los principales
valores que se aprenden con la existencia de límites son dos:
-Se enseña que a
veces no se consigue lo que se quiere en cuanto se desea. Esto mejora
su constancia, buena conducta, su paciencia, su empatía, la
complicidad con los padres, su autocontrol, la necesidad del
esfuerzo, su capacidad colaborativa...
-Se enseña que
malos comportamientos o decisiones tienen consecuencias negativas,
las cuales hay que aceptar, asumir y corregir. De esta forma mejora
la capacidad de autocrítica, la capacidad de analizar nuestro propio
comportamiento, nuestro afán de mejora constante, también mejora la
empatía y el sentimiento de que se necesita justicia en nuestra
sociedad.
Este último valor
es el que tradicionalmente se tiene más olvidado, y sólo tenemos
que mirar nuestro propio comportamiento y es que muchos asumiremos
que ante una crítica, que puede ser constructiva y objetivamente
hablando real, nosotros tendemos a enrrocarnos en nuestra posición,
sin dar nuestro brazo a torcer. Somos poco capaces, en líneas
generales, de asumir nuestra culpa y pedir perdón. De ahí el auge
en redes sociales de los llamados haters, en algunas ocasiones
existen porque saben que nos vamos a pedir disculpas por un mal
comportamiento y vamos a discutir, que es lo que realmente quieren.
En otros casos simplemente no se entiende el por qué de estos
individuos.
No debemos ceder
antes los chantajes del tipo que sean (emocionales, de mal
comportamiento...) en ninguna circunstancia ni lugar. El ejemplo
claro lo encontramos en los niños que se portan peor cuando hay
público porque saben que nos avergonzamos de su mal comportamiento
consiguiendo lo que quieren. Es difícil luchar contra ese
sentimiento de vergüenza, pero una vez más, debemos pensar a largo
plazo, ¿queremos un niño que una vez se comportó mal en público y
que tiempo después no nos acordaremos que pasó? ¿o un niño que
siempre se comporta mal en público porque no supimos establecer
límites en su momento? De esto último siempre nos acordaríamos y
lamentaríamos.
Por ello hay que
evitar siempre el refuerzo negativo, es decir, recompensar de manera
indirecta, facilitandole al niño lo que desea para que deje de
comportarse mal. Evidentemente, si lo pensamos, nosotros no queremos
recompensar las malas acciones, pero es el mensaje que se le queda
grabado al pequeño: si quiero algo y no me lo dan, me comporto mal y
entonces me lo dan para que deje de comportarme así.
En vez de eso,
deberíamos mantenernos en nuestra postura negándole lo que
estimamos oportuno siempre razonando el por qué de nuestra decisión.
Si el motivo es un mal comportamiento previo, automáticamente le
estás enseñando que comportarse mal tiene consecuencias negativas.
Pasado un tiempo
(otro día por ejemplo, no dejando pasar mucho tiempo para que
recuerde el mensaje que le queremos transmitir) cuando se comporte
bien, quizás podemos recompensarle con lo que le negamos el día
anterior. De esta forma asume que la mejor forma de conseguir lo que
quiere es siguiendo las reglas. Portarse bien tiene consecuencias
positivas. Esto sería educar con refuerzo positivo.
Les transmitimos
las nociones básicas del bien y el mal, conceptos muy complejos
simplificados para que los entiendan nuestros hijos.
En resumen, los
padres deben enseñar qué es lo correcto, a aceptar la
negativa ante algo deseado, a ser pacientes y lo que es el
sentimiento de frustración dándole recursos con los que hacerle
frente, porque para que un niño cuando sea adulto pueda seguir su
propio camino, estableciendo sus propias reglas, antes debe haber
conocido las limitaciones puestas desde fuera, por sus padres.
En el siguiente artículo Sistema para establecer límites a los niños mostraremos un método que podemos utilizar para establecer limitaciones a nuestros hijos.
En el siguiente artículo Sistema para establecer límites a los niños mostraremos un método que podemos utilizar para establecer limitaciones a nuestros hijos.
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