jueves, 2 de marzo de 2017

Poner límites es fundamental para los niños

Esto es algo que de forma casi instintiva, todos los padres saben, sin embargo, puede ser difícil llevarlo a cabo.

Cada vez se presentan más casos en los que los padres son acosados por las exigencias de sus hijos, han perdido todo el control sobre la situación y no saben cómo abordar el problema. En muchas ocasiones la resolución de este tipo de problema con los hijos (prácticamente en todos) suele ser complicada y frecuentemente se necesita la ayuda de profesionales.
Lo que hay que recordar es que casi siempre esta actitud del menor se debe a una mala educación por parte de su entorno familiar, permitiéndole, desde la más temprana edad, conseguir todos sus caprichos. Por ello es muy importante establecer limitaciones entre lo que pueden o no pueden hacer nuestros hijos, antes de que pueda suponer un problema serio.

La educación debe comenzar desde que tienen uso de razón, desde bebés (por supuesto, que puedan hablar y entendernos, sino es imposible, claro está) porque, cómo cualquier otro hábito, es más difícil modificar la conducta cuanto más tiempo pasa. Por supuesto, no utilizaremos la misma inflexión, expresión corporal ni severidad cuando es más pequeño. Con suerte, si se usa bien, nunca debemos aumentar el grado de la imposición de límites puesto que el niño se acostumbrará a su existencia y no se planteará rebatirlos.

Es normal que a la hora de establecer los límites te surjan dudas sobre si realmente era necesario, si hemos actuado bien, si hemos tomado la mejor decisión... Forma parte de la lucha interior que mantienen los padres entre la parte racional de nuestro cerebro que nos dice que esa decisión que hemos tomado es lo mejor para él y la parte emocional que quiere verle feliz ahora. Si lo pensamos desde otro punto de vista, es la encrucijada entre obtener una recompensa a largo plazo (nuestro hijo será equilibrado y feliz) o conseguirla de forma inmediata (nuestro hijo se sale con la suya y en ese momento es feliz pero a la larga puede tener graves consecuencias tanto para él como para la familia).
En el caso de la educación de los padres a los hijos, siempre debemos pensar a largo plazo, puesto que la verdadera educación se realiza con constancia no con cortos consejos o lecciones que se acaban olvidando.

Establecer limitaciones a nuestros bebés por supuesto no quiere decir que nos enfademos, ni mucho menos que les gritemos (de hecho esto podría provocar un rechazo precisamente de lo que queremos enseñarle) tenemos que explicarles qué deben hacer por su bien, por qué se pueden hacer daño, por qué no está bien visto en la sociedad... el motivo correspondiente, pero siempre hay que facilitarle una causa. Esto les ayuda a comprender el mensaje que les queremos dar puesto que a medida que crecen, por naturaleza, son cada vez más curiosos, y si les establecemos límites injustificados pierden valor e importancia en la mente del niño. En algunas ocasiones la explicación es demasiado compleja como para que puedan entenderlo (por mucho que te esfuerces en simplificarlo); da igual, dásela, aunque no la entienda, observará que hay un motivo y muchas veces simplemente con eso les valdrá para retenerlo y asimilarlo en su conducta, ya lo entenderá cuando crezca un poco.

Las consecuencias de la ausencia de límites para los niños, además de las antes mencionadas, pueden ser: falta de control (puesto que han comprobado que no es necesario para conseguir lo que quieren), impulsividad desmedida e impaciencia(no saben mirar a largo plazo), intolerancia a la frustración (siempre consiguen lo que quieren), no cumplen las normas y sienten que deben tener privilegios (porque sabe que los demás tienen límites pero él no), suelen ser manipuladores haciendo que los demás se sientan mal para conseguir lo que quieren siendo impertinentes (es lo primero que aprenden cuando no hay límites), no se esfuerzan, son poco colaborativos... Todo esto junto puede hacer, además, que sean agresivos.

Los principales valores que se aprenden con la existencia de límites son dos:

-Se enseña que a veces no se consigue lo que se quiere en cuanto se desea. Esto mejora su constancia, buena conducta, su paciencia, su empatía, la complicidad con los padres, su autocontrol, la necesidad del esfuerzo, su capacidad colaborativa...

-Se enseña que malos comportamientos o decisiones tienen consecuencias negativas, las cuales hay que aceptar, asumir y corregir. De esta forma mejora la capacidad de autocrítica, la capacidad de analizar nuestro propio comportamiento, nuestro afán de mejora constante, también mejora la empatía y el sentimiento de que se necesita justicia en nuestra sociedad.

Este último valor es el que tradicionalmente se tiene más olvidado, y sólo tenemos que mirar nuestro propio comportamiento y es que muchos asumiremos que ante una crítica, que puede ser constructiva y objetivamente hablando real, nosotros tendemos a enrrocarnos en nuestra posición, sin dar nuestro brazo a torcer. Somos poco capaces, en líneas generales, de asumir nuestra culpa y pedir perdón. De ahí el auge en redes sociales de los llamados haters, en algunas ocasiones existen porque saben que nos vamos a pedir disculpas por un mal comportamiento y vamos a discutir, que es lo que realmente quieren. En otros casos simplemente no se entiende el por qué de estos individuos.

No debemos ceder antes los chantajes del tipo que sean (emocionales, de mal comportamiento...) en ninguna circunstancia ni lugar. El ejemplo claro lo encontramos en los niños que se portan peor cuando hay público porque saben que nos avergonzamos de su mal comportamiento consiguiendo lo que quieren. Es difícil luchar contra ese sentimiento de vergüenza, pero una vez más, debemos pensar a largo plazo, ¿queremos un niño que una vez se comportó mal en público y que tiempo después no nos acordaremos que pasó? ¿o un niño que siempre se comporta mal en público porque no supimos establecer límites en su momento? De esto último siempre nos acordaríamos y lamentaríamos.

Por ello hay que evitar siempre el refuerzo negativo, es decir, recompensar de manera indirecta, facilitandole al niño lo que desea para que deje de comportarse mal. Evidentemente, si lo pensamos, nosotros no queremos recompensar las malas acciones, pero es el mensaje que se le queda grabado al pequeño: si quiero algo y no me lo dan, me comporto mal y entonces me lo dan para que deje de comportarme así.

En vez de eso, deberíamos mantenernos en nuestra postura negándole lo que estimamos oportuno siempre razonando el por qué de nuestra decisión. Si el motivo es un mal comportamiento previo, automáticamente le estás enseñando que comportarse mal tiene consecuencias negativas.
Pasado un tiempo (otro día por ejemplo, no dejando pasar mucho tiempo para que recuerde el mensaje que le queremos transmitir) cuando se comporte bien, quizás podemos recompensarle con lo que le negamos el día anterior. De esta forma asume que la mejor forma de conseguir lo que quiere es siguiendo las reglas. Portarse bien tiene consecuencias positivas. Esto sería educar con refuerzo positivo.
Les transmitimos las nociones básicas del bien y el mal, conceptos muy complejos simplificados para que los entiendan nuestros hijos.

En resumen, los padres deben enseñar qué es lo correcto, a aceptar la negativa ante algo deseado, a ser pacientes y lo que es el sentimiento de frustración dándole recursos con los que hacerle frente, porque para que un niño cuando sea adulto pueda seguir su propio camino, estableciendo sus propias reglas, antes debe haber conocido las limitaciones puestas desde fuera, por sus padres.

En el siguiente artículo Sistema para establecer límites a los niños mostraremos un método que podemos utilizar para establecer limitaciones a nuestros hijos.


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