miércoles, 9 de noviembre de 2016

Las rabietas de los 2 años

Rabieta de un niño
Los bebés suelen empezar a mostrar sus primeras rabietas a los 2 años

Entre los 2 y 3 años nuestro bebé puede comenzar a tener cambios de humor repentinos, desobedecer, chillar porque no consigue lo que quiere, lo que se conoce como una rabieta. Cuando aparecen suelen mostrarse muy distantes, poco comunicativos, sin capacidad de razonamiento ni autocontrol. Esto suele desesperar a los padres, como es lógico, puesto que aparentemente no pueden hacer nada para calmarlo, siendo la única escapatoria, transigir dejando que consiga lo que quería. Esto no debemos hacerlo nunca, debemos ser firmes con nuestras decisiones, sin que ello signifique ser intransigentes, al contrario, debemos mantenernos negociantes, conciliadores y serenos, pero sin cambiar nuestra decisión.
Es difícil mantener la calma, especialmente en lugares públicos. En ocasiones podrás pensar que precisamente cuando estamos en estos espacios es cuando peor se portan, y efectivamente, saben que ahí tienen más poder, por ello es donde debemos mostrarnos más firmes y convincentes sin importar las miradas de los demás.

Las rabietas, en contra de las creencia popular, son necesarias (en su justa medida) para el desarrollo de nuestros hijos, pues es cuando empiezan a comprender que son seres independientes de nosotros y que nuestras decisiones no tienen por qué ser las que ellos quieren. Es por tanto, un mecanismo para demostrar que están disgustados y que efectivamente pueden hacer cosas diferentes a lo que nosotros queremos, que disponen de la capacidad de decidir si lo que nosotros queremos se tiene que cumplir o no.
El objetivo, una vez que ha descubierto esta capacidad, es que comprendan que hay mejores formas de demostrar su disgusto y que en ocasiones, tendrán que hacer algo que no desean, forma parte de ir madurando.

Un paso muy importante para que las rabietas se encaucen, sean productivas y disminuya su frecuencia, es la actitud que los padres tenemos ante ellas. Debemos mantener la calma y estar serenos, no demostrar que nos puede hacer explotar en cualquier momento, porque le dará más fuerza y se podría convertir en un problema. No hay que recurrir ni a los gritos, ni al chantaje ni a ridiculizarle. Es fundamental que el niño perciba que aunque su comportamiento en ese momento no nos agrada, les seguimos queriendo tal y como es.
Tenemos que evitar en la medida de lo posible usar el “no”, especialmente el “no” sin argumentos, no es lo mismo “No toques!” que “Cuidado, que si tocas eso podrías hacerte daño”. De esta forma el niño puede entender que no es no porque sí, es un no porque tenemos miedo de que se haga daño. De todas formas, a veces, es necesario, permitir que investiguen, que se den cuenta por ellos mismos del riesgo que puede tener una determinada acción que prohibirla de entrada, puesto que aprenderá más para el futuro de algo que ha aprendido él que de algo que le han prohibido y que precisamente por eso, siempre tendrá más ganas de hacer.

Hay que hacerle ver que le comprendemos, que entendemos su punto de vista, sin que ello signifique cambiar de postura. De esta forma, transformamos una rabieta sin control en una charla con distintos puntos de vista. No hay que insistir demasiado en los motivos de nuestra decisión, con una vez es suficiente, aunque seguramente ellos seguirán esgrimiendo los mismo argumentos. Llegado a ese punto, debemos acompañarle mientras se va calmando, sin enfadarnos, sin gritar y estando disponibles para cualquier contacto físico, muestra evidente de que quieren calmarse pero no saben cómo hacerlo.
Igual de importante que superar la rabieta es el momento post-rabieta, donde se mostrará más dialogante y podremos comprender mejor qué ocurrió para que se pusiera así, dándole alternativas de comportamiento y explicando nuestro punto de vista.

Como consejos finales debemos tener mucha paciencia, saber escuchar, intentar ponernos en su lugar, facilitarles su independencia y tener en cuenta sus sentimientos.
Para ayudar a mantenernos serenos debemos recordar que esta etapa es siempre pasajera, mientras el niño madura y adquiere otras herramientas más constructivas. Ánimo!