Muchas
veces no podemos evitar ponernos nerviosos cuando no obedecen.
Siguiendo estos pasos conseguiremos que hagan más caso consiguiendo
de esta forma un mejor ambiente familiar
1. Seguramente
muchas veces hayas oido lo de educar con refuerzo positivo, ¿pero en
qué consiste? Casi de forma natural vamos educando a nuestros hijos
en negativo, esto es porque cuando son muy muy pequeños apenas
comprenden nuestras palabras y para evitar situaciones de riesgo o
peligro utilizamos una sencilla y corta palabra: No. Esto cuando son
pequeños no es malo puesto que es una sencilla y directa instrucción
que puede paralizar la acción indeseada ayudando a mantenerle a
salvo.
No
obstante, a medida que vaya creciendo e interprete mejor frases más
complejas, debemos ir desterrando ese simple no y utilizar el
refuerzo positivo. Esto se debe a que podemos decir una enorme
cantidad de veces a lo largo del día esa misma palabra (puedes hacer
la prueba y te asombrarás) hasta 80 veces perdiendo de esta forma
totalmente su efecto disuasorio y provocando una cierta inmunidad
puesto que no surte ningún efecto. Si empiezas a percibir que ese No
le entra por un oído y le sale por otro, ha llegado el momento,
debes cambiar al refuerzo positivo.
Los
psicólogos nos demuestran que el refuerzo positivo es más
beneficioso y útil. Para ello cambiaríamos el mensaje de “No
pegues a tu hermana” por “Trata bien a tu hermana”, “No cojas
eso” por “Coge esto otro” o “No veas la televisión” por
“¿Leemos un rato?
2. Perder
la paciencia es sencillamente demasiado fácil, y lo peor es que
nuestros hijos son sumamente observadores y se ven que nos molestan
ciertas actitudes, no dudarán en fomentarlas cuando no consigan lo
que desean provocando que hagan más veces aquello que tanto nos
molestó que hicieran. Como se puede apreciar es sumamente nocivo.
Por ello debemos controlar nuestras emociones todo lo que podamos
cuando estemos enfadados por algo que han hecho o dicho, usando la
firmeza justa y mostrándose sosegado y calmado, lo que ayudará a
que no hagan esa acción por despecho hacia vosotros, pues observan
que no tiene ningún efecto en nuestro ánimo (en apariencia claro).
Esto, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo, pero con
práctica y determinación tendremos la suficiente destreza para
lidiar con estas situaciones.
3. Sin
darnos cuenta damos instrucciones demasiado ambiguas, vagas o
incluso contradictorias. Como por ejemplo: “pórtate bien”
“tienes que ser bueno”. Órdenes tan sencillas que no aportan
ningún tipo de información de cómo tienen que actuar ni por qué.
Este último punto es importante, a medida de que crezcan, las
órdenes nuevas pedirán que las argumentemos, no valdrá con
enunciarlas, querrán saber por qué. Este paso es natural y no
debemos tomarlo como un reto, sino como un intento por parte de
nuestros hijos por comprendernos y saber cómo funciona el mundo.
Debemos
por ello procurar ser más específicos, concisos, aclarando lo que
esperamos de ellos y por qué. Como ejemplos: “En la biblioteca hay
que hablar bajito porque la gente está leyendo” o “Tenemos que
hacer la fila para poder entrar porque sino sería muy complicado
entrar todos a la vez”. Recordar que la argumentación sólo es
necesaria para instrucciones nuevas, sino si que podría ser un
intento de sacar de quicio. Hay que evitar por completo frases como
“Porque yo lo digo” proporciona un aire de autoritarismo muy
dañino y favorece que el niño entienda que la inflexión y cierta
cabezonería son buenas formas de actuar.
4. Por
último está el detalle que muchas veces los padres olvidan:
debemos ser ejemplificantes. En muchas ocasiones los padres se
quejan de la actitud de su hijo cuando realmente ellos mismos se
comportan igual aunque a otra escala y aunque es natural que
queramos que nuestros hijos sean mejores que nosotros, es muy
difícil que la actitud de nuestros hijos sea diferente de la
nuestra, por lo que debemos ser todo lo que queremos que sean,
bondadosos, generosos, ordenados, obedientes...
Mucho
ánimo con esa educación!
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